martes, 15 de enero de 2008

Una mirada hacia nuestros ancestros

Y es que aquí está la genuina e inmortal poesía, brotada virginalmente, sin ninguna clase de impurezas, parangonándose a los versos de los poetas del desierto, a las voces del Popol Vuh, al arte de los mayas y aymaraes.

Si no vedla: "Madre Chía que estás en la montaña, con tu pálida luz alumbras mi cabaña. Padre Ches, que alumbras con ardor, no aalumbres el camino al invasor. Oh Madre Icaque: manda tus jaguares; desata el ventarrón y suelta tus cóndores. Afila los colmillos de las mapanares y aniquila alos blancos con dolores..."


Sin duda que esta es la primera brasa de poesía social, rebelde y cáustica, no solamente en el circuito fosforescente trujillano sino en la Venezuela precolombina. ¿Acaso hay en nuestra épica un verso tan hermoso, una imagen tan fuerte y amorosa a la vez, un clamor tan incisivo y dulcificado como éste?. A mi mujer que cría, dale pechos que manen ríos de leche blanca"...

Tenía que ser el cuicas un poeta, un artesano, un cantor puro. Su peregrinaje, su amor a las plantas, su culto al sol, su ensimismamiento a las montañas, las prácticas de mojanería, el uso de las máscaras, la magia tendida hacia el cielo para que lloviera aún en pleno verano, los rituales, la fabricación de vasijas, de ídolos, de animales, poblaron fabulosamente su intimidad que luego se descargaba en la palabra alada y caantarina...

¿No se encontraba sobre este ritual, sobre este desfile policromado y de esencias embriagantes, en torno a esas flores que entre paalabras solemnes iban a juramentar la quebrada juramandanga para que se regara el amor por toda la comarca, acaso una poesía real y colectiva?

¿Y qué fueron las leyendas entre ellas, la de la cabellera de la Diosa Icaque convertida en cascada, en corriente nívea desplazándose perpetuamente por la gran piedra del golondrino, y la de las mantas de algodón tendidas sobre las altas colinas para que durmiesen los venados?

Poesía floreciente¨ ésta de los cuicas; poesía que partía de su fervor a la tierra, al misterio, a las auroras, al crepúsculo, a los ríos, viajes y al tiempo. Poesía para las aves, porque ellos amaban y temían a las aves, y he allí la utilización del vestido onomatopéyico para construir su lenguaje especial, el silabario de la luz y la oscuridad...


 

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